La habitación del hotel era fría e impersonal, pero la expectación que me recorría el cuerpo me llenaba de electricidad.
Miré el tupper sobre el escritorio, su contenido era un regalo de ella, esperando que yo lo abriera. El móvil vibró y contesté la videollamada. Allí estaba ella, su rostro iluminando la pantalla, los labios curvados en esa sonrisa perversa que conocía tan bien.
—"Hola, cariño" —ronroneó, con voz baja y sensual—. "¿Ya me echas de menos?"
—"Sabes que sí" —respondí, la voz espesa de deseo. Mis ojos recorrían sus hombros desnudos, la tira de su sujetador negro de encaje asomando en el encuadre—. "¿Ya estás provocándome?".
Ella se rio suavemente, un sonido que me erizó la piel. —"No tienes ni idea" —se recostó un poco, dándome una mejor vista de su escote—. "Pero primero, hablemos de tu regalo. ¿Lo has abierto ya?"
Miré la caja.
—"No. Quería esperarte".
—"Buen chico" —murmuró, y el modo en que lo dijo hizo que mi polla se moviera en los pantalones
—. "Adelante. Ábrelo".
Acerqué la caja, los dedos temblorosos al levantar la tapa. Dentro, un pequeño recipiente hermético, lleno de lo que solo podía ser su ofrenda. Su regalo para mí. Me quedó el aire atrapado en la garganta al verlo, recordando sus labios alrededor de mí, su mirada clavada en la mía mientras me corría para ella.
—"¿Te acuerdas de cómo lo conseguí?" —preguntó, la voz melosa.
—"¿Cómo olvidarlo?" —susurré, el pulso acelerado. Su lengua, su boca, cómo se lo tragó hasta el fondo, sus ojos fijos en los míos mientras lo guardaba todo… ahí, en esa cajita.
—"Cómetelo" —ordenó, sin dejar espacio a réplica.—"que yo lo vea"
Dudé solo un segundo antes de meter el dedo en esa sustancia fresca y resbaladiza. Al llevármelo a los labios, la probé. La probé a ella, a nosotros. El sabor era intenso, un recordatorio de lo que hicimos aquél día. Mi polla se endureció aún más, presionando contra la cremallera mientras saboreaba cada gota.
—"Mmm" —gemí, lamíéndome los labios—. "Eres increíble".
—"Lo sé" —respondió con una sonrisa pícara—. "Ahora, hagamos esto aún mejor".
Se movió en la pantalla y, de pronto, sus manos actuaron: desabrochó su sujetador y lo dejó caer. Sus pechos quedaron libres, los pezones duros, pidiendo atención. Se me hizo la boca agua al verla pellizcar uno entre los dedos, girándolo con lentitud.
—"Mírate" —dijo, la voz ronca—. "Todo excitado por mí".
—"No tienes idea" —jadeé, llevando la mano al regazo. Me bajé la cremallera y liberé mi polla, palpitante. Sus ojos se clavaron en ella y se mordió el labio, claramente satisfecha.
—"Tócate para mí" —ordenó, deslizando sus dedos hacia la cintura de las bragas—. "Enséñame cuánto me deseas".
Obedecí al instante, envolviendo mi mano alrededor del miembro y acariciándome con movimientos lentos y deliberados. El calor de mi propia mano no era nada comparado con el fuego que ella encendía en mí. Sus ojos se oscurecieron al observarme, su respiración más pesada.
—"Así" —susurró, bajando las bragas y abriendo las piernas para mí—. "Imagina que soy yo quien te toca".
Cerré los ojos un momento, dejando que la fantasía me dominara: sus manos suaves y cálidas apretándome, su lengua juguetona en la punta. Mis movimientos se aceleraron, las caderas se sacudieron levemente mientras me perdía en el deseo.
—"Abre los ojos" —exigió. Lo hice, justo a tiempo para ver sus dedos deslizándose entre sus pliegues húmedos. Gimió, arqueando la espalda mientras acariciaba su clítoris. —"Dime qué quieres hacerme" —pidió, la voz entrecortada.
—"Quiero enterrarme en ti" —gruñí, masturbándome más rápido—. "Sentirte alrededor de mí, apretándome hasta que no pueda más".
—"Sí" —jadeó, hundiendo los dedos más dentro—. "Dios, te necesito".
Verla tocándose fue demasiado. Volví a la caja, unté más de su regalo sobre mi polla. La sensación era eléctrica: el frío resbaladizo mezclado con el calor de mi excitación.
—"Joder" —siseé, la mano deslizándose arriba y abajo—. "Te siento tan bien".
—"Córrete para mí" —suplicó, al borde—. "Quiero verlo".
No necesitó decírmelo dos veces.
Mi cuerpo se tensó, los huevos se contrajeron mientras el placer se enroscaba en mi vientre. Con un gemido gutural, me vine fuerte, chorros de semen salpicando mi estómago. Ella gritó al mismo tiempo, su propio orgasmo golpeándola con la misma intensidad.
Por un momento, solo nos miramos, los dos jadeantes y saciados. Luego sonrió, esa misma sonrisa diabólica que siempre me volvía loco.
—"La próxima vez" —prometió, la voz cargada de intención—, "lo hacemos en persona".