El patinete de mi colega
La tarde era calurosa, de ese calor que se te pega a la piel y te hace desear una bebida bien fría.
Maikel se ajustó la correa de su bolsa del gimnasio en el hombro mientras se acercaba a la pequeña cafetería donde habían quedado. Había estado chateando con Maikel durante semanas sobre el patinete eléctrico, y por fin esa noche era el día.
Maikel había prometido traerlo, darle a Esteban un tutorial rápido y cobrarle unos 150 Euros por él. Lo que Maikel no esperaba era que Esteban la trajera a ella.
Sara ya estaba sentada en la mesa, con las piernas cruzadas y esa sonrisa familiar jugando en sus labios. Llevaba una camiseta ajustada que le marcaba las curvas justo donde debía, y su pelo estaba recogido en un moño desordenado que parecía sexy sin esfuerzo.
Esteban sintió un pinchazo de algo, ¿celos?, cuando Maikel llegó y se sentó a su lado, acercándola más de lo necesario.
—Eh, tío —saludó Maikel, su voz goteando esa confianza fácil que siempre hacía que Esteban se sintiera un poco inferior—. ¿Esta es Sara? todavía no nos habíamos conocido.—le dió dos besos.
Sara un poco nerviosa, sus ojos entrecerrándose ligeramente mientras observaba la energía nerviosa de Esteban.
—He oído que Esteban me va a comprar algo —dijo, su tono burlón—. ¿No será un patinete?... ¿En serio?
Esteban tragó saliva con fuerza, forzando una sonrisa.
—Sí, pensé que te vendría bien. Ya sabes, para moverte de casa hasta el instituto.
Maikel se rió, recostándose en el respaldo del banco.
—Colega, si querías impresionarla, deberías haber optado por algo un poco más... elegante. Pero bueno, vamos a terminar con esto. Te enseñaré a montarlo, ¿vale, Sara?
Se dirigieron donde el patinete estaba aparcado en la acera. Maikel se subió con facilidad, demostrando cómo mantener el equilibrio y acelerar. Esteban observó atentamente, pero su atención seguía desviándose hacia Sara y como miraba a Maikel, que estaba un poco demasiado cerca de ella, con los brazos cruzados bajo su pecho y su mirada clavada en él.
—Ahora tú —dijo Maikel, deslizándose del patinete y haciendo un gesto a Sara para que tomara su lugar.
Sara dudó, sus manos agarrando el manillar con torpeza.
—Eh, ¿es seguro?—preguntó Esteban. Sara soltó una risa, baja y burlona.
—Eres un blandito, Esteban. Mira cómo lo domino.
Maikel se unió a la risa, su carcajada resonando con la de ella.
—Sí, tío. No tengas miedo por Sara, seguro que sabe montar bien.
La cara de Esteban ardía de vergüenza mientras Sara se subía al patinete, intentando mantenerse estable, su precioso culo se tambaleaba de un lado a otro. Logró moverse, pero solo unos metros antes de tambalearse y tener que parar. Maikel no ocultaba su risa ahora, sus voces cortantes en la tranquila calle.
—Creo que tendremos que hacer algunas clases extras, Sara.—dijo riendo Maikel.
—Sí, quizá tienes razón, tío —dijo Esteban, sacudiendo la cabeza. Miró a Maikel, su sonrisa profundizándose—.
Maikel no necesitaba que se lo dijeran dos veces. Se acercó más a Sara, su mano rozando su brazo mientras le quitaba el patinete.
—Mirad esto.—
Esteban se apartó, sintiéndose pequeño e inútil mientras Maikel manejaba el patinete con facilidad, haciendo giros y vueltas rápidas. Sara estaba aplaudiendo, su risa resonando, y Esteban podía ver cómo sus ojos se posaban en el cuerpo musculoso de Maikel, cómo se mordía el labio inferior cuando él la miraba.
Terminaron en una cafetería, sentados en una mesa. Sara había acercado su silla a la de Maikel de forma que Maikel y Sara estaban sentados prácticamente frente a Esteban.
Su conversación fluía con facilidad, llena de bromas internas y coqueteos sutiles con los que Esteban no podía seguir el ritmo. Intentó intervenir, recordarles que seguía allí, pero sus palabras cayeron en saco roto, ahogadas por sus risas compartidas.
—Ya sabes —dijo Maikel, inclinándose hacia Sara—, estoy empezando a pensar que quizá debería quedarme el patinete. No querríamos que te hicieras daño.
Sara se rio, su mano rozando el brazo de Maikel.
—Creo que tienes razón. Por mi bien. Además, prefiero que alguien que sepa lo que hace me haga de chófer en vez de tener que conducir yo.
Esteban intervinió:
—No quiero que te pase nada, Sara. No me lo perdonaría.
Maikel colocó un brazo sobre el respaldo de la silla de Sara, sus dedos rozando ligeramente su hombro. Ella no se apartó. En cambio, inclinó la cabeza hacia él, sus labios entreabriéndose ligeramente. El estómago de Esteban se retorció mientras los observaba, la tensión entre ellos palpable.
Sara cambió de tema y se interesó por la vida de Maikel:
—Cuéntame más sobre tus entrenamientos... Esteban me ha dicho que vas mucho al gym —dijo, su voz seductora—. Se te ve fuerte. Es tan... impresionante.
Maikel sonrió, su pecho hinchándose de orgullo.
—¿Sí? ¿Se nota? —preguntó, su voz bajando un octavo mientras cogía la silla y se acercaba hasta que las sillas se tocaron—. He estado entrenando duro últimamente. Peso muerto, press de banca, varias rutinas. Tengo que mantenerme en plena forma.
La mano de Sarah se deslizó por su pecho, sus dedos trazando el contorno de sus músculos a través de su camiseta.
—Mmm, puedo sentirlo —murmuró, su voz temblándole de deseo—. Nada que ver con Esteban. Podría aprender algo de ti.—continuó—Eres un blandengue, Esteban —dijo Sara, su voz baja y provocadora—. Quizá deberías dejar que Maikel se encargue de mí.
La mano de Maikel se deslizó hasta su cintura, acercándola hasta que sus caras quedaron a centímetros de distancia.
—Sí, colega. ¿Por qué no hacemos una prueba?
El corazón de Esteban latía con fuerza, su boca seca mientras los observaba. Quería decir algo, detener lo que estaba a punto de pasar, pero las palabras se le atascaban en la garganta.
Los ojos de Sara se encontraron con los suyos por un breve momento, y había algo en ellos, ¿diversión? ¿Crueldad?, antes de que volviera a mirar a Maikel.
Los labios de Maikel chocaron contra los de ella, el beso hambriento y posesivo. Sara gimió suavemente, sus manos enredándose en el pelo de él mientras le devolvía el beso con igual fervor.
Esteban sintió como si no pudiera respirar, su pecho apretándose mientras los observaba, incapaz de apartar la mirada.
Cuando finalmente se separaron, los labios de Sara estaban hinchados, sus mejillas sonrojadas. Se volvió hacia Esteban, su expresión de suficiencia.
—¿Ves? Así es como besa un hombre de verdad.
Maikel sonrió, su mano aún descansando en el muslo de Sara.
—A partir de ahora, eres nuestro cornudo, Esteban. Así que siéntate, cállate y disfruta del espectáculo.
Esteban se quedó sentado, inmóvil, con los ojos muy abiertos mientras Maikel y Sara intercambiaban una mirada que le revolvió el estómago. Los labios de Sara se curvaron en una sonrisa astuta, sus dedos trazando lentamente el bíceps de Maikel. Inclinó la cabeza hacia Esteban, su voz goteando desprecio.
—Vas a ser un buen chico para nosotros, ¿verdad, Esteban? —ronroneó, su tono suave pero cargado de amenaza—. Te vas a sentar ahí y a mirar. Eso es lo que hacen los cornudos, ¿no?
Esteban tragó saliva con fuerza, su garganta seca. Abrió la boca para protestar, pero no salieron palabras. Maikel se rio, flexionando su brazo bajo el toque de Sara.
—No va a decir que no —dijo Maikel, su voz segura y engreída—. Míralo. Es demasiado blandito para siquiera intentarlo.
Esteban sintió como si se estuviera ahogando, su cara ardiendo de vergüenza y humillación. No podía apartar los ojos mientras la mano de Sara se movía más abajo, sobre los abdominales de Maikel, deteniéndose justo encima de la cintura de sus vaqueros. Maikel gimió suavemente, sus ojos oscureciéndose de lujuria.
—¿Te gusta mirar, verdad, Esteban? —preguntó Sara, su voz burlona mientras lo miraba—. Te gusta ver cuánto mejor es Maikel que tú.
—Yo... —empezó Esteban, pero su voz se quebró y se apagó, incapaz de formar una frase coherente. Sara se rio, su mano aún moviéndose dentro de los vaqueros de Maikel.
—Esteban, paga las cervezas y vamos los tres a mi casa.—zanjó Sara.
Una vez en casa de Sara, hicieron sentarse a Esteban a un rincón del dormitorio de Sara.
—Joder, no puedo soportar esto más —gruñó Maikel, agarrando a Sara por la cintura y tirando de ella hacia su regazo. Ella se rio, sentándose a horcajadas sobre él con facilidad, su falda subiéndose para revelar la curva de sus muslos.
—Fóllame ya —susurró Sara, su voz sin aliento mientras se inclinaba para besar a Maikel con fuerza. Sus labios chocaron, y Esteban podía escuchar los sonidos húmedos de sus bocas moviéndose una contra la otra. Su pecho se apretó, su polla presionando contra sus pantalones mientras los observaba.
Sara movió sus caderas contra las de Maikel, gimiendo en su boca mientras se frotaba contra él. Maikel gimió, sus manos agarrando su culo con fuerza mientras empujaba hacia arriba dentro de ella. La respiración de Esteban se entrecortó, su pulso acelerándose mientras veía cómo la protuberancia de Maikel presionaba contra el centro de Sara a través de su ropa.
—¡Oh Dios, Maikel! —gimió Sara, apartándose del beso para echar la cabeza hacia atrás—. Te sientes tan bien.
—Estás tan jodidamente caliente —gruñó Maikel, sus manos deslizándose por sus muslos bajo su falda. Los ojos de Esteban se abrieron mientras los dedos de Maikel desaparecían entre sus piernas, y Sara jadeó, su cuerpo temblando.
—¡Sí! —gritó, sus caderas moviéndose con más fuerza contra su mano—. ¡Ahí mismo! ¡Oh joder, Maikel!
La polla de Esteban palpitaba dolorosamente en sus pantalones, su cuerpo traicionándolo mientras veía a Sara retorcerse en el regazo de Maikel. Se odiaba por la forma en que estaba reaccionando, pero no podía detener el calor que se acumulaba en su ingle.
Maikel sonrió a Sara, sus dedos moviéndose más rápido entre sus piernas.
—Estás tan mojada por mí —dijo, su voz ronca—. Te encanta esto, ¿verdad?
—¡Sí! —jadeó Sara, sus uñas clavándose en los hombros de Maikel mientras montaba su mano salvajemente—. ¡Me encanta!
Maikel se inclinó cerca del oído de Sara, su voz baja y mandona.
—Dile cuánto mejor soy que él —ordenó, sus dedos nunca deteniendo su implacable asalto a su carne sensible.
Sara se volvió para mirar a Esteban, sus ojos oscuros de placer mientras le sonreía.
—Maikel es mucho mejor que tú —gimió, su voz temblándole de éxtasis—. Es más fuerte, más grande... mejor. Tú nunca podrías satisfacerme así.
Esteban no podía creer lo que estaba pasando, pero se encontró a sí mismo excitándose de manera imposible mientras observaba el espectáculo desarrollarse ante él. Maikel se apartó, sonriendo hacia abajo a Sara antes de mirar directamente a Esteban.
—¿Estás disfrutando del espectáculo, cornudo? —se burlaron.
La boca de Esteban se abrió mientras los observaba, completamente abrumado. Las caderas de Maikel bombeaban implacablemente, conduciendo su enorme polla más y más profundamente en el coño empapado de Sara con cada embestida salvaje.
Esteban podía escuchar el golpe de sus cuerpos chocando juntos, música para sus oídos a pesar de sí mismo, su polla palpitando dolorosamente atrapada dentro de sus pantalones tan apretados, anhelando liberación.
Su propia mano se deslizó hacia abajo, culpablemente, deslizándose debajo de la cintura de sus pantalones, buscando desesperadamente alivio mientras veía a Sara temblar incontrolablemente cada vez que la polla de Maikel se hundía en su punto G hinchado, empujando hacia otro orgasmo intenso.
Los gruñidos de Maikel se volvieron más fuertes, más animalísticos, de repente saliendo completamente solo para empujarse de nuevo hasta las pelotas una última vez, desencadenando el orgasmo más poderoso hasta ahora. Todo el cuerpo de Sara se arqueó fuera de la cama, sus dedos de los pies se curvaban fuertemente, sus ojos rodando hacia atrás, su cabeza echada hacia atrás, su pelo volando en todas direcciones, absolutamente hermosa y aterradora al mismo tiempo, convulsiones completas.
Maikel echó su cabeza hacia atrás, rugiendo triunfalmente, finalmente liberando su corrida profundamente dentro de ella, llenándola completamente, aún de pie allí sobre ella, mirando su polla retorcerse esporádicamente, cada bombeo.
El cuerpo de Sara aún temblaba por los efectos de su orgasmo, su pecho subiendo y bajando rápidamente mientras yacía extendida en la cama, con las piernas aún abiertas sin pudor.
Maikel estaba de pie al lado de ella y se acercó a Sara para susurrarle algo al oído y rieron. Su polla brillando con sus jugos mientras sonreía mirando hacia Esteban, que estaba inmóvil en su silla, su cara enrojecida y sus ojos muy abiertos con una mezcla de vergüenza y excitación.
Sara volvió la cabeza lentamente hacia Esteban, sus labios curvándose en una sonrisa malvada.
—Bueno, cornudo —ronroneó, su voz goteando de burla—. No te quedes ahí sentado con la boca abierta como un idiota. Ven a limpiar esta corrida.
El corazón de Esteban se saltó un latido, su estómago revolviéndose con una mezcla de humillación y deseo.
—¿Que qué? —tartamudeó, su voz apenas por encima de un susurro. Sus ojos se movieron entre el coño brillante de Sara y la expresión de suficiencia de Maikel, su mente acelerándose pero su cuerpo traicionándolo mientras sentía su polla palpitar dolorosamente en sus pantalones.
Maikel se rio oscuramente, cruzando los brazos sobre su pecho mientras miraba a Esteban.
—Ya la has oído, cornudo. Ponte de rodillas y limpia lo que hemos dejado para ti.
Se apartó, gesticulando hacia el cuerpo expuesto de Sara como si fuera algún tipo de premio que acababa de conquistar.
Esteban dudó, sus manos temblando mientras agarraba el borde de la silla. Su mente le gritaba que se negara, que se levantara y se fuera, pero su cuerpo se movió por sí solo, deslizándose fuera de la silla y cayendo de rodillas en el suelo junto al sofá. La madera dura se clavó en sus rodillas, pero apenas lo notó, su atención completamente enfocada en los muslos de Sara, aún brillantes con una mezcla de su excitación y el semen de Maikel.
—Este es mi cornudito —dijo Sara, extendiendo la mano para acariciar la cabeza de Esteban como si fuera un perro. Sus dedos se enredaron en su pelo, tirando de él más cerca hasta que su cara estuvo a centímetros de su coño. El olor a sexo lo golpeó como una ola, intoxicante y abrumador, y sintió que su polla se retorcía en respuesta a pesar de la humillación que ardía dentro de él.
—Adelante —se burló Maikel, su voz baja y mandona—. Lámelo entero y déjalo bien limpio. Hasta la última gota.
Las mejillas de Esteban ardían mientras se inclinaba, su lengua dudando solo un momento antes de hacer contacto con los pliegues resbaladizos de Sara. El sabor explotó en su boca, salado y picante, y no pudo evitar dejar escapar un suave gemido mientras la lamía con avidez. Los dedos de Sara se apretaron en su pelo, guiando sus movimientos mientras ella suspiraba contenta, su cuerpo relajándose en el sofá.
—Mmm, buen chico —murmuró, su voz goteando de condescendencia—. En realidad no se te da tan mal esto.—
Maikel se rio oscuramente, observando a Esteban con una mezcla de diversión y desprecio.
—No te confíes demasiado, cornudo. Sigues siendo solo un patético perdedor que no puede satisfacer a su novia.
La humillación de Esteban se profundizó, pero no podía evitar seguir lamiendo y chupando el coño de Sara, su lengua girando alrededor de su clítoris experimentalmente. Sara jadeó, sus caderas sacudiéndose ligeramente mientras presionaba su cara más fuerte contra ella.
—¡Oh, joder Esteban! —gimió, su voz temblándole de placer—. Sigue así, cornudito.
Esteban obedeció con avidez, su lengua explorando más profundamente mientras lamía cada gota del semen de Maikel mezclado con sus jugos. El sabor era adictivo, y se encontró a sí mismo anhelando más, su propia polla presionando contra sus pantalones mientras trabajaba.
Los muslos de Sara temblaban alrededor de su cabeza, y podía sentir su cuerpo tensándose mientras se acercaba a otro orgasmo.
—¡Oh, dios, sí! —gritó, su espalda arqueándose mientras su orgasmo la golpeaba con fuerza. Esteban gimió contra su coño, su propio placer disparándose mientras sentía sus músculos apretándose alrededor de su lengua. No se detuvo hasta que Sara empujó su cabeza lejos, jadeando fuertemente mientras se derrumbaba de nuevo en la cama, exhausta.
—No está mal para alguien tan patético —dijo sin aliento, su sonrisa regresando mientras lo miraba—. Quizás hay esperanza para ti después de todo.
Maikel resopló, claramente divertido por todo el espectáculo.
—No te emociones demasiado, Esteban. Sigues siendo solo un cornudo en su primer día. ¿Sara, crees que Esteban puede manejar algo más... desafiante?
Los ojos de Sara se iluminaron con travesura mientras se sentaba ligeramente, su mirada fijándose en la de Esteban.
—¿Lo has oído, cornudo? ¿Crees que estás listo para tu siguiente tarea?
El corazón de Esteban latía en su pecho, su polla palpitando dolorosamente mientras la miraba nerviosamente.
—Yo... no sé... —tartamudeó, su voz temblorosa.
Maikel se acercó, su mano agarrando fuertemente el hombro de Esteban mientras se inclinaba para susurrar en su oído.
—No tienes elección, cornudo. Eres nuestro ahora y tienes que obedecer. No hemos terminado contigo todavía.
Sara sonrió de manera diabólica, abriendo sus piernas más mientras le hacía un gesto a Esteban para que se subiera a la cama con ella.
—Vamos, cornudo. Veamos si puedes manejar ser algo más que un chico de la limpieza.
Esteban dudó, su mente gritándole que se negara, pero su cuerpo se movió por sí solo, subiéndose a la cama entre las piernas de Sara. Ella se inclinó, agarrando su polla a través de sus pantalones y apretando fuertemente, haciéndolo jadear de sorpresa.
—Buen chico —murmuró, su voz baja y seductora mientras comenzaba a desabrochar su cinturón—. Veamos si realmente puedes durar más que Maikel.
Maikel se rio oscuramente, recostándose contra la pared mientras observaba con una sonrisa depredadora.
—Buena suerte con eso, cornudo. Dudo que siquiera pases del primer empujón.
La cara de Esteban ardía de humillación, pero no podía negar la emoción que recorría su cuerpo mientras Sara sacaba su polla de sus pantalones. Ella lo acarició lentamente, sus ojos fijos en los suyos mientras lo provocaba sin piedad.
—Veamos lo que tienes, cornudo —susurró, su voz goteando de desafío mientras lo guiaba hacia su coño esperando—. No me decepciones.
La respiración de Esteban se entrecortó mientras sentía que se deslizaba en su calor apretado, su mente en blanco mientras el placer lo abrumaba. Sara gimió suavemente, sus uñas clavándose en su espalda mientras comenzaba a empujar dentro de ella, sus movimientos torpes pero ansiosos.
—Así es —susurró, su voz temblándole de placer—. Fóllame, cornudo. Muéstrame que no eres completamente inútil.
La humillación de Esteban se mezcló con el deseo mientras continuaba empujando dentro de ella, su polla palpitando con cada movimiento.
Podía sentir sus músculos apretándose alrededor de él, llevándolo más y más cerca del borde hasta que finalmente se corrió dentro de ella con un gemido estrangulado al cabo de un minuto.
Sara se rio suavemente, sus yemas de los dedos trazando patrones perezosos en su espalda mientras él se derrumbaba encima de ella, completamente agotado.
—Has fallado la prueba, cornudo —murmuró, su voz goteando de burla—. Pero no te sientas demasiado mal. Esto es solo el comienzo.